Editorial

Autor: Zambrano González Mario

Fragmento

La práctica clínica nos confronta con miedos, a veces aparentes incluso al paciente, otras ocultos hasta para nuestra conciencia, pero miedos al fin. Sobre todo está el temor a la equivocación, primero en la anamnesis: ¿abordo correctamente al paciente?, ¿realizo las preguntas necesarias?, ¿omito algo importante?, ¿paso por alto algo evidente?; después en la exploración: ¿es completa?, ¿tengo la sensibilidad suficiente para detectar con mis manos, oídos, ojos, olfato lo que le afecta al paciente?, ¿me faltó explorar algo?; sigue la inseguridad al emitir la opinión diagnóstica: ¿es correcta?, ¿debiera pedir estudios paraclínicos?, ¿cuáles?; y por último quizá el más aterrador es al ofrecer un tratamiento: ¿lo va a beneficiar?, ¿generará reacciones adversas?, ¿es el mejor que puedo ofrecer? Es inevitable. Dado que el ser humano no es una máquina y no hay dos iguales, la labor de investigador que hace el médico al tratar a un paciente le exige un alto grado de conocimientos y perspicacia para desentrañar la madeja de datos que va obteniendo. Esas dos cualidades las requiere para saber donde buscar, y para desechar los que lejos de aclarar, entorpecen el análisis. En cuanto al conocimiento, no hay tiempo que alcance. Por más dedicación que le apliquemos al estudio en pregrado y en la educación médica continua, siempre nos queda la idea de que es insuficiente, y a esa idea le acompaña un dejo de culpa.

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2011-10-07   |   591 visitas   |   Evalua este artículo 0 valoraciones

Vol. 22 Núm.2. Julio-Diciembre 2008 Pags. 1 Rev. Esc. Med. Dr. J. Sierra 2008; 22(2)